Se conocen más de 180 ritmos corporales. Prácticamente cada célula, cada órgano y sistema tiene un ritmo peculiar que fluctúa en periodos de segundos, minutos, horas, días, semanas, meses o años, según las investigaciones cronobiológicas.
El ciclo vital mejor conocido científicamente es el que regula la sucesión del sueño y la vigilia. Se sabe que los recién nacidos llegan a este mundo con un ciclo acortado en unas cuatro horas por lo que se duermen y despiertan a menudo en comparación con un adulto y su sueño no siempre coincide con la noche. A medida que el bebé crece su ritmo madura y a los dos o tres meses se ha adaptado a la sucesión rítmica del día y la noche y puede dormir más seguido. Luego, con los años se establece un patrón personal dentro de cierta tendencia general en cada edad. Así, los niños pequeños y las personas mayores suelen ser matutinos, es decir, se duermen y despiertan temprano. Los adolescentes y jóvenes en cambio son vespertinos: por la noche están en perfecta forma y por la mañana les cuesta despertarse.
Los niños parecen mejor sincronizados con la sucesión natural del día y la noche, sin embargo los adultos, con ayuda de la luz eléctrica, permanecen ocupados o cultivan sus intereses hasta bien entrada la noche. De todos modos, en una persona adulta bien ajustada, alrededor de las seis de la mañana el reloj biológico corta la producción de la hormona del descanso, la melatonina, y ordena que aumente la secreción de hormonas activadoras como el cortisol y la adrenalina. Aumenta también la temperatura del cuerpo y la tensión arterial. A las ocho, cuando despierte, estará preparada para empezar el día.
Los ritmos son endógenos (que se originan o nacen en el interior) y están condicionados por los genes, pero esto no significa que no puedan ser modulados desde fuera. Por la mañana, la luz diurna gradúa el reloj interno como si fuera el termostato de una calefacción y lo coloca en la posición “despierto y activo”. Por la noche, la oscuridad lo apaga. La luz o su ausencia nos ayuda a adaptarnos a los cambios ambientales, como los días largos de invierno o las noches cortas de verano.
¿Cómo actúa la luz? Lo hace a través de unas células especializadas que se encuentran bajo la retina. Pueden captar, incluso con los ojos cerrados, si hay “claridad” u “oscuridad” y dirigen la información al núcleo supraquiasmático (centro primario de regulación de los ritmos circadianos mediante la estimulación de la secreción demelatonina por la glándula pineal). Esta estructura del tamaño de un grano de arroz está por encima del cruce entre los nervios ópticos y funciona como un auténtico interruptor del reloj interno. Allí tiene su origen la orden de secretar determinadas sustancias mensajeras que gobiernan los ritmos corporales. La más investigada de estas sustancias es la melatonina, la hormona del sueño que se vierte en la sangre cuando se hace la oscuridad y que deja de producirse cuando aparece la luz.
Los ritmos corporales explican las fluctuaciones en la capacidad de concentración, la fuerza muscular o la agudeza visual. Pero el organismo no es un caos. Normalmente es una orquesta perfectamente sincronizada, aunque un cambio en los hábitos de sueño o alimentación, un gran viaje o una modificación en el horario de exposición habitual a la luz del día puede alterar el ritmo sueño vigilia básico y con él muchos otros.
Los trabajadores nocturnos y por turnos son las principales víctimas de este desorden que, no obstante, puede alcanzar a cualquiera con hábitos que contradicen las necesidades de su organismo. Sufren problemas de concentración, lo que puede ser fatal en el caso, por ejemplo, de los conductores o los cirujanos. Es sabido que los “errores humanos” se multiplican entre las dos y las cuatro de la madrugada. Aún peor, tienen un riesgo por encima de la media de sufrir enfermedades cardiovasculares y cáncer. Todavía no está demostrado, pero parece ser que la reducción en la producción de melatonina, debido a su exposición nocturna a la luz, puede ser la causa del aumento de tumores.
El caso de la tensión arterial es paradigmático. Sigue un ritmo diario por el cual se halla en sus niveles máximos entre las seis y las doce de la mañana, mientras que por la noche baja. También posee un ciclo anual: en invierno es más alta que en verano. Si no se valora todo esto puede ocurrir que una persona sea considerada hipertensa porque se le ha medido la tensión cuando se hallaba en su pico matinal, mientras que otra persona con la tensión nocturna elevada no recibirá ningún diagnóstico. Franz Halberg insiste en que el diagnóstico de la hipertensión exige un control cada hora, durante las 24 horas del día y a lo largo de una semana.
La lectura del ritmo de la tensión arterial es sólo uno de los parámetros que debieran figurar en el historial médico cronobiológico que toda persona debiera tener, según Halberg. Este historial describiría la evolución de los ritmos corporales (temperatura, frecuencia cardiaca y respiratoria, niveles de hormonas…) de manera que se pudieran detectar precozmente las alteraciones.
Muchas enfermedades sino todas cursan de manera rítmica y el tratamiento debiera tenerlo en cuenta. Los dolores articulares suelen experimentar un empeoramiento por las mañanas. Los asmáticos sufren más de noche. En todos los casos, una dosis adaptada a las necesidades personales y administrada en el momento adecuado sería más económica y reduciría los efectos secundarios. Por ejemplo, en el caso de los asmáticos, una sola dosis nocturna de broncodilatador puede ser más eficaz que varias diurnas.
Halberg sostiene que la diferencia entre adaptar el tratamiento a los ritmos o no hacerlo es la que hay entre la vida y la muerte. El ejemplo se encuentra en las terapias contra el cáncer. Si se aplica radioterapia en la hora del día en que el tumor alcanza su máximo de temperatura aumenta la eficacia del tratamiento y se reducen las probabilidades de recidiva. También disminuyen un 10 por ciento en el cáncer de mama si se opera después de la ovulación. El 51 por ciento de los pacientes de cáncer colorrectal tratados con quimioterapia y teniendo en cuenta las indicaciones cronobiológicas en el Hospital Paul Brousse, en Villejuif (Francia) respondieron positivamente y con pocos efectos secundarios, en comparación con el 29 por ciento de los pacientes tratados de manera habitual. En nuestros hospitales, donde las máquinas de radioterapia funcionan las 24 horas del día, resulta difícil imaginar que se adapte la sesión al ritmo del paciente.
La filosofía de las medicinas naturales está mucho más cerca de la cronobiología que la convencional. Forma parte de la tradición naturista observar la evolución del paciente además de su estado actual, así como las fases de la enfermedad. El cuerpo es visto como algo dinámico, dotado de impulso para autocurarse.
Los médicos antroposóficos tienen en el ritmo uno de sus principios fundamentales. Destacan que los ritmos se organizan de manera que durante el día se gaste la energía y por la noche favorezcan la reparación y el crecimiento. Según ellos, la salud es en buena parte la consecuencia de la buena adaptación a los ciclos del entorno, que deben reflejarse en los hábitos personales. Por eso proponen que se compensen las horas de actividad con las de sueño necesario, las de trabajo con las de descanso, las que se pasan fuera con las que se pasan en casa. No es extraño que prescriban medicinas que deben tomarse por la mañana o por la noche porque sus cualidades se adaptan al estado del organismo en ese momento.
A los homeópatas les interesa la respuesta del cuerpo en cada momento del día y estación del año. Así pueden determinar el tipo constitucional del paciente. A los médicos tradicionales chinos también quieren saber el momento en que aparecen los síntomas, porque puede indicar cuál es el origen del desequilibrio. Además aseguran que cada órgano y sistema fisiológico tiene un ciclo de actividad y que en un tratamiento será más eficaz si se aprovecha este detalle. Por ejemplo, una sesión de acupuntura para tratar un desequilibrio en el riñón es más eficaz si se realiza entre las cinco y las siete de la tarde.
Los osteópatas van más allá y aseguran haber descubierto un ritmo: el latido del líquido encefalorraquídeo, que baña el cerebro, las meninges, la médula y los nervios espinales. Llaman a este pulso movimiento respiratorio primario, cuya frecuencia es de 6 a 12 movimientos por minuto, la “respiración de la vida” y cuando está alterado tratan de normalizarlo mediante presiones suaves y relajantes en ciertas zonas del cráneo y de la columna.
Tener en cuenta la existencia de ritmos biológicos no sólo es importante para los médicos. A cualquier persona interesada en conocerse mejor y cuidar su salud y bienestar le conviene observar sus ritmos corporales y vivir de manera que se mantenga su armonía, es decir, sin llevarles la contraria.
Fuente Parcial: El Correo del Sol
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